Con el rostro sombrío el soberano miraba con
seriedad las sombras del consejo. La tormenta había oscurecido el día tanto
como la situación del reino. Las personas sentadas en torno a la mesa,
vacilaban y dudaban sobre cómo lidiar con esta clase de reuniones.
La canosa barba del que presidia la mesa se movía
sin dejar ver sus labios.
-Perderemos la guerra si continuamos sin cambios.
Una de las sombras en torno a la mesa se quejó, pero
no llego a terminar su frase. El monarca cortó los murmullos.
-¡Basta de absurdas adulaciones! ¡Sois mis consejeros, cumplid vuestro cometido!- Hizo
una breve pausa que consiguió calmarle los ánimos.- Hagan números caballeros. Están
igual de bien preparados que nosotros, pero son casi el doble. Además tenemos
un bosque lleno de recursos y posibilidades y no podemos ni acercarnos a él.
-Maldita tribu del bosque. -Maldijo uno de los
presentes.
Una de esas sombras se inclinó hacia delante y poco
a poco su rostro se fundió con la luz de las velas, revelando unos ojos
castaños, casi rojizos de una cara bastante joven como para estar en un
consejo.
-Esa maldita tribu matará a cualquiera que se acerque
a ese bosque. Y no queráis saber lo que le harán a los que intenten talarlo.
Sin embargo... –sonreía mientras veía como la paciencia de los presentes
empezaba a acabarse.- Sin embargo están en venta. Después de casi seis años sin
saber nada de ellos, convenientemente vuelven a estar en activo para esta
guerra.
El rostro del rey frunció el entrecejo, siguiéndole el
juego al joven. –Esos mercenarios son muy buenos asesinos, para matar a una
persona en concreto. Pero cuando se trata de una guerra, no valen para el campo
de batalla. Además- Sacudió la mano a modo de quitarle hierro al asunto.- El
reino esta casi arruinado, y ellos son tremendamente caros.
Era ahora la cara del joven la que se volvía seria.
-Si no los contratamos nosotros, lo harán ellos. Y
nos despertaremos con un puñal en nuestro costado.
Una de las sombras sentadas se levantó como un
resorte. -¡Basta de insolencia Alsif! ¡Tu juventud esta traicionándote! –El joven
levantó la mirada y tornó una risa burlona.- Somos diez en este consejo, y
parezco ser el único que se preocupa para que nuestras cabezas sigan unidas a
nuestros cuerpos. ¡Sácale la lengua del culo al rey y haz tu maldito trabajo!
Con furia golpeó con el puño la mesa. -¡Como osas
hablarle a tu rey así!- Alsif señaló a su conversador como si en vez de un dedo
se tratase de una espada.- ¡No le hablo así al rey, te lo estoy diciendo a ti!
El rey se había levantado de su asiento, tan
despacio que nadie se había percatado de ello. –¡Desmontad este circo, por Dios!-
Recuperó el aliento.- Retiraos, mañana hablaremos mas calmadamente.
El rey reclamó a los dos discutidores, Alsif y
Vandel, para que se quedaran. Mientras el resto del consejo se apilaban por
salir de la habitación lo más rápido posible. Era normal que estuviesen desubicados,
tenían cargos importantes, pero no eran consejeros de guerra. De hecho el
consejero de la moneda por ejemplo, sabía lidiar con muchos problemas, y era
bastante previsor e imaginativo. El consejero de abastecimiento era otro gran
estratega de su tema. Pero ninguno había empuñado una espada en su vida.
Cuando por fin se habían quedado solos los tres,
formando un trió siniestro de sombras, el monarca empezó a toser y a toser, su
cara se estaba volviendo morada. Parecía que fuese a colapsar en cualquier
momento. Vandel lo cogió como si no pesase nada y lo sentó en su silla. Alsif rápidamente
le dio de beber un brebaje que había sacado de su bolsillo. Y la tos se
apaciguó.
El rey descansaba exhausto en su silla hasta que al
final se recompuso un poco. -¿Cómo lo harás, Alsif? ¿Cómo los contrataras?-
Alsif sonrió- Llevo meses negociando con ellos, por si llegase el momento de
necesitarlos. Y quieren algo que ningún otro reino les daría. Tierras.
Vandel analizó la cara de su rey y la del joven, era
el consejero de guerra pero no era tonto.-No se ganan reinos dando tierras-
Alsif afiló una sonrisa casi maligna –En efecto, pero lo que ellos nos darán no
serán hombres, sino mano de obra y recursos.
Por una vez, los tres sonrieron, y sin decir nada
mas todos entendieron los planes reales de su joven interlocutor. Y es que
aunque Vandel era el primero en poner su juventud como protesta, sabía muy bien
que si estaba en el consejo era porque tenía algo de lo que el resto carecía.
Autentica maldad.
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