jueves, 29 de agosto de 2013

Ocultas intenciones

Con el rostro sombrío el soberano miraba con seriedad las sombras del consejo. La tormenta había oscurecido el día tanto como la situación del reino. Las personas sentadas en torno a la mesa, vacilaban y dudaban sobre cómo lidiar con esta clase de reuniones.

La canosa barba del que presidia la mesa se movía sin dejar ver sus labios.

-Perderemos la guerra si continuamos sin cambios.

Una de las sombras en torno a la mesa se quejó, pero no llego a terminar su frase. El monarca cortó los murmullos.

-¡Basta de absurdas adulaciones! ¡Sois  mis consejeros, cumplid vuestro cometido!- Hizo una breve pausa que consiguió calmarle los ánimos.- Hagan números caballeros. Están igual de bien preparados que nosotros, pero son casi el doble. Además tenemos un bosque lleno de recursos y posibilidades y no podemos ni acercarnos a él.

-Maldita tribu del bosque. -Maldijo uno de los presentes.

Una de esas sombras se inclinó hacia delante y poco a poco su rostro se fundió con la luz de las velas, revelando unos ojos castaños, casi rojizos de una cara bastante joven como para estar en un consejo.

-Esa maldita tribu matará a cualquiera que se acerque a ese bosque. Y no queráis saber lo que le harán a los que intenten talarlo. Sin embargo... –sonreía mientras veía como la paciencia de los presentes empezaba a acabarse.- Sin embargo están en venta. Después de casi seis años sin saber nada de ellos, convenientemente vuelven a estar en activo para esta guerra.

El rostro del rey frunció el entrecejo, siguiéndole el juego al joven. –Esos mercenarios son muy buenos asesinos, para matar a una persona en concreto. Pero cuando se trata de una guerra, no valen para el campo de batalla. Además- Sacudió la mano a modo de quitarle hierro al asunto.- El reino esta casi arruinado, y ellos son tremendamente caros.

Era ahora la cara del joven la que se volvía seria.

-Si no los contratamos nosotros, lo harán ellos. Y nos despertaremos con un puñal en nuestro costado.

Una de las sombras sentadas se levantó como un resorte. -¡Basta de insolencia Alsif! ¡Tu juventud esta traicionándote! –El joven levantó la mirada y tornó una risa burlona.- Somos diez en este consejo, y parezco ser el único que se preocupa para que nuestras cabezas sigan unidas a nuestros cuerpos. ¡Sácale la lengua del culo al rey y haz tu maldito trabajo!

Con furia golpeó con el puño la mesa. -¡Como osas hablarle a tu rey así!- Alsif señaló a su conversador como si en vez de un dedo se tratase de una espada.- ¡No le hablo así al rey, te lo estoy diciendo a ti!

El rey se había levantado de su asiento, tan despacio que nadie se había percatado de ello. –¡Desmontad este circo, por Dios!- Recuperó el aliento.- Retiraos, mañana hablaremos mas calmadamente.

El rey reclamó a los dos discutidores, Alsif y Vandel, para que se quedaran. Mientras el resto del consejo se apilaban por salir de la habitación lo más rápido posible. Era normal que estuviesen desubicados, tenían cargos importantes, pero no eran consejeros de guerra. De hecho el consejero de la moneda por ejemplo, sabía lidiar con muchos problemas, y era bastante previsor e imaginativo. El consejero de abastecimiento era otro gran estratega de su tema. Pero ninguno había empuñado una espada en su vida.

Cuando por fin se habían quedado solos los tres, formando un trió siniestro de sombras, el monarca empezó a toser y a toser, su cara se estaba volviendo morada. Parecía que fuese a colapsar en cualquier momento. Vandel lo cogió como si no pesase nada y lo sentó en su silla. Alsif rápidamente le dio de beber un brebaje que había sacado de su bolsillo. Y la tos se apaciguó.

El rey descansaba exhausto en su silla hasta que al final se recompuso un poco. -¿Cómo lo harás, Alsif? ¿Cómo los contrataras?- Alsif sonrió- Llevo meses negociando con ellos, por si llegase el momento de necesitarlos. Y quieren algo que ningún otro reino les daría. Tierras.

Vandel analizó la cara de su rey y la del joven, era el consejero de guerra pero no era tonto.-No se ganan reinos dando tierras- Alsif afiló una sonrisa casi maligna –En efecto, pero lo que ellos nos darán no serán hombres, sino mano de obra y recursos.


Por una vez, los tres sonrieron, y sin decir nada mas todos entendieron los planes reales de su joven interlocutor. Y es que aunque Vandel era el primero en poner su juventud como protesta, sabía muy bien que si estaba en el consejo era porque tenía algo de lo que el resto carecía. Autentica maldad. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario