domingo, 18 de agosto de 2013

La decisión es siempre tuya

Es la una y media de la mañana y salgo de trabajar. El frío es tan fuerte que cala rápidamente en los huesos. Aún me quedan treinta o cuarenta minutos andando para llegar a casa. Cuando me acostumbro al frio es porque mi cuerpo se queda entumecido. 

Lo malo de tener que volver a casa andando, a estas horas, con esta temperatura y prácticamente sin luz en las calles, es que rápidamente podrías desaparecer a manos de cualquier carterista con el pulso tembloroso. Y no creas que nadie te echaría de menos. Es bastante común, dado los tiempos que corren. Si no son los secuestro exprés del gobierno, es cualquiera que ha decido que tu vida vale una o dos balas. Sin embargo, todo tiene una parte buena. Te da tiempo de reflexionar. Uno cuando pierde la noción del tiempo, piensa realmente en cosas profundas.

Llevo varios días pensando en poner un huerto en esa mierda con maleza que la gente llama jardín. La verdad es que me gustaría construir algo con mis propias manos, aun a riesgo de saber lo que el gobierno les hace a la gente que ejerce profesiones sin licencia. Aunque sea para uno mismo. Últimamente me he estado replanteando también, lo frágil que es una vida humana. Un simple trozo de plomo, de 1,8 gramos, puede joderle la vida a cualquiera. Y cuando digo joder, digo dejarte bien frito. En estos tiempos una vida no vale más que una bala.

También he estado dándole vueltas a cierto libro, cuyo nombre puede llegar a confundir, pero que sin duda replantea la vida de una manera bastante sencilla y satisfactoria. Algunas de sus ideas podrían ayudarme a hilar de alguna manera las dos reflexiones anteriores. Y tal vez hasta salga bien.


Cinco  días después


Hace unas horas se presentaron dos agentes del orden y la ley en mi casa. De manera muy educada, me dijeron que si no dejaba de construir el huerto, tal vez perdiera una o dos manos.

Más tarde conduje el coche que traían hasta un descampado, y ¡Dios!, que bien sentaba volver a conducir. Realmente me afligió tener que quemarlo. El vehículo ardió. Junto a él, un montón de coches que habían sufrido la misma suerte. Dentro del coche también se calcinaron dos trajes de los buenos con dos placas de agentes del gobierno. Pero no los cuerpos.

Ahora mismo, teniendo en cuenta la distancia que hay a mí casa, de seguro que tendré dos o tres horas para reflexionar profundamente sobre lo que he hecho y lo que haré.

No sé cómo terminará mi historia. Seguramente mal. Pero hacía tanto tiempo que no me sentía tan bien. Solo puedo decir una cosa, ese maldito libro funciona. El huerto está casi terminado y aun no está listo el abono, pero pronto lo estará.


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